La guerra civil española by Antony Beevor
My rating: 4 of 5 stars
(Esto es una traducción de un post en inglés.)
Como demostró la guerra civil española, la primera baja de la guerra no es la verdad, sino la fuente de la que procede: la consciencia y la integridad del individuo.
Hace unos meses, esperando curar mi ignorancia total de la guerra civil española, comencé a buscar un libro. Había escuchado diversas opiniones sobre la famosa historia por Hugh Thomas, y en todo caso su extensión no me pareció ideal como introducción. Mi compañero de trabajo, un historiador militar, me recomendó Ángel Viñas; pero sus libros son largos igualmente, y además solo están disponibles en español—español difícil. Sin embargo, quería practicar de leer español, y no deseaba un “introducción breve” o algo así. La versión de Anthony Beevor tiene la longitud correcta; y su dificultad, cuando es traducido al español, es ideal: desafiante pero factible.
Anthony Beevor es un historiador militar; y su libro es principalmente una historia de ejércitos y batallas. Las fuerzas que desestabilizaron el gobierno y crearon tanta tensión en el país están resumidas rápidamente; y las repercusiones —su legado, sus efectos persistentes en la vida política española, su significado más amplio en la historia del siglo veinte— todo esto está mencionado, pero no analizado. Como cualquier historiador, Beevor necesita poner límites a su material. Se centra en la península ibérica en los años entre 1936-39.
Beevor es un escritor excelente. Sus párrafos son minas de información; él resume, ofrece estadísticas y da ejemplos memorables. Inspecciona el campo de batalla como un observador aéreo; informa sobre luchas de poder como periodista investigador. No deja que su material le agobie, pero condesa eventos complicados hasta formar frases elegantes. Su enfoque está más en eventos a escala grande que en historias individuales. La narración pausa con poco frecuencia para analizar el carácter de una persona concreta, o para contar un anécdota, pero mantiene la perspectiva de un general observando sus tropas.
A pesar de su habilidad de escribir, Beevor no puede cambiar el hecho que esta guerra es complicada. Tantos actores están involucrados—comunistas, anarquistas, republicanos, sindicalistas, conservadores, falangistas, carlistas, monarquistas, vascos, catalanes, alemanes, italianos, soviéticos, estadounidenses, británicos, franceses—que es imposible presentar la guerra como una historia sencilla. Beevor divide la materia en 38 capítulos cortos, cada uno sobre un aspecto, en un esfuerzo representar justamente la complejidad del conflicto sin agobiar el lector. Es una estrategia efectiva, pero llega con el inconveniente de una fragmentación desagradable.
Sin embargo, este libro hace lo que he esperado haría: ofrecer un resumen del conflicto, sus causas inmediatas, sus actores principales y el curso de la guerra. Dicho esto, tengo que admitir que la historia militar del conflicto—las batallas, las estrategias, las armas—es solo de interés temporal.
Lo que quiero saber es—¿Por qué? ¿Por qué un país decidió desgarrarse? ¿Por qué ciudadanos, vecinos, familiares decidieron matarse? ¿Por qué radicalismo triunfó en la derecha y la izquierda? ¿Por qué una democracia fracasó y un régimen represivo tomó el poder? Estas son grandes preguntas, que este libro no dirigirse. Para entender el trasfondo histórico y la inestabilidad que siguió a la guerra, quiero leer el libro de Gerald Brenan, El laberinto español.
Mientras tanto, me han dejando con una imagen de un derrumbe moral. Al principio del golpe, habían asesinatos en masa de curas, obispos, monjas en los cientos y los miles; y la Iglesia Español, por su parte, fue cómplice con frecuencia en represión y tiranía. Se cometieron masacres y ejecuciones en los dos lados. Por ejemplo, cuando los republicanos estaban al mando de Málaga, 1.005 personas fueron fusiladas. En la primera semana después de la conquista de los nacionalistas, fusilaron más de 3.000 personas; y dentro de 1944, más de 16.000 fueron ejecutados.
En el lado republicano, decisiones militares importantes fueron tomados por razones políticas; la propaganda política fue tan penetrante que los dirigentes se sentían ciegamente seguros que iban a ganar, y actuaron para justificar sus presuntuosas predicciones. Llevaron a cabo ofensivos inútiles—en Segovia, Teruel y el Ebro—costaron miles de vidas y perdieron los recursos de la República, para capturar lugares de ninguna importancia estratégica. Confiando ciegamente en la alta moral, los anarquistas se negaron a regular la economía y disciplinar sus tropas, dando una “una justificación ideológica de la ineficacia.” Eventualmente, facciones estalinistas se apoderaron el poder en el lado “republicano,” suprimiendo violentamente otros partidos.
Voluntarios valientes llegaron a España desde muchos países, la mayoría para luchar contra los fascistas; sin embargo, su entusiasmo fue malgastado por dirigentes ineptos. Al tiempo de todo eso, Francia, Inglaterra, y Estados Unidos manteniendo una póliza oficial de “no intervención,” mientras la Italia fascista, la Alemania nazi y la Rusia soviética enviaron tropas y armas a España, probando estrategias y equipo que iban a usar en la Segunda Guerra Mundial.
Al final, Franco ganó. Los perdedores tenían pocas opciones. Muchos escaparon a Francia, en donde ellos estaban encarcelados en campos de concentración, en que comían lo insuficiente, vivían en condiciones antihigiénicas, en temperaturas bajo cero. En Saint-Cyprien, morían entre 50 y 100 presos cada día, y los otros campos no fueron mucho mejor. Después de una indignidad inicial, la prensa francesa olvidó la situación de los refugios españoles. Aquellos que se quedaron en España encontraron un gulag de encarcelamiento, trabajo forzado, y muerte. Unos escaparon a las colinas, y otros lucharon en bandas de guerrillas; pero normalmente no duraron mucho. Y si los estalinistas hubieran ganado la guerra, no está claro que las condiciones habrían sido mejores.
Una cosa que me llamó la atención con frecuencia era la diferencia en eficacia entre los nacionalistas y los republicanos. Mientras Franco reguló bien su economía durante la guerra y tomó decisiones militares eficaces, el lado republicano fue inundado por decenas de monedas, preocupado por formar sindicatos, y se preparando para la revolución inminente. El mismo día en que Málaga cayó, cuando tantas personas fueron ejecutadas, en Barcelona el gobierno estaba preocupado por la colectivización de las vacas.
Esto mostró una característica persistente en la derecha y la izquierda. La igualdad y la autoridad son dos valores conflictivos; y la mayoría de gobiernos intenta encontrar un equilibrio entre ellos. Cuando la derecha se convierte en extrema, prefiere la autoridad sobre la igualdad; y cuando la izquierda se convierte en extreme, la igualdad es una obsesión. De este modo, observamos el ejército se organizaron bajo del mando de Franco, mientras los republicanos dividieron en facciones luchando entre ellos, más centrado en sus esquemas utópicas que ganar la guerra.
La igualdad sin la autoridad crea justicia sin poder. La autoridad sin la igualdad, poder sin justicia. El primero es preferable moralmente y totalmente inadecuado en sus medios; y el segundo usa medios eficaces para cumplir objetivos injustos. En la práctica, esto significa que, en competición directa, la derecha extrema va a ganar, por los menos a corto plazo; sin embargo, a largo plazo, su énfasis en autoridad, obediencia y disciplina crea sociedades injustas y pueblos infelices. La izquierda extrema, por su parte, después de colapsar en facciones peleando, a veces revierte a la forma autoritaria, mientras un partido se convierte en el más poderoso y pierde su paciencia con discutir (algo que ocurre rápidamente en un crisis).
Un camino en el medio es necesario para navegar entre estos valores. ¿Pero cuál es el equilibro correcto? Supongo que esta es una de las preguntas más viejas de los seres humanos. En todo caso, mientras dejo el libro, me quedo una oscura imagen con muy pocos áreas iluminadas.